La imagen que nos queda del encuentro de Juan Diego con la Virgen de Guadalupe se asemeja bastante a una visión descrita por San Juan en el libro del Apocalipsis, capítulo 12. Ahí leemos: “Apareció en el cielo un signo grandioso: una mujer vestida del sol, la luna bajo sus pies y, sobre su cabeza, una corona de doce estrellas (Ap 12:1).
Si a nosotros esa visión nos hace pensar espontáneamente en la Virgen María, y nos la representamos así muchas veces, a los primeros cristianos del tiempo de san Juan les hacía pensar en el pueblo de Israel. Los profetas ilustraban la Alianza con Dios como un matrimonio entre el Señor y su pueblo, lo que hacía de Israel la esposa de YHWH y por ende, el pueblo podía ser representado por una mujer.
Además, se sabe que los hijos de Jacob fueron doce y que formaron las doce tribus de Israel, lo que explica las doce estrellas que coronan la cabeza de la mujer. El versículo dos de Apocalipsis doce nos dice que la mujer está embarazada y que va a dar a luz. Una vez más, nosotros pensamos en María que da a luz de Jesús, cierto, pero más allá de María, el texto alude a que el Mesías que ha de dirigir a las naciones nacerá judío, un hijo del pueblo de Israel.
Es un pasaje dramático, pues el Apocalipsis describe también a un dragón que quiere devorar al recién nacido. Éste queda salvo, siendo llevado al cielo, al lado del trono de Dios, lo que nos hace pensar que no se trata del misterio de la Encarnación o de la Natividad, sino más bien de la Resurrección de Cristo, vista cual nacimiento (nueva vida) y triunfo contra la muerte.
Frustrado, el dragón se desquita persiguiendo a la mujer, a quien se le ofrecen alas de águila para escapar al desierto, donde es nutrida y protegida. Tradicionalmente, se recuerda la protección y el alimento ofrecidos en el desierto a Israel, huyendo de Egipto. Ahora se dice también que el dragón enfurecido combate a los que guardan los mandamientos y el testimonio de Jesús. La Iglesia es pues el nuevo Israel que vive bajo la persecución del Imperio y a quien Dios proteje. Los doce apóstoles toman el lugar de las doce tribus de Israel, cual estrellas.
La mujer de Apocalipsis 12 tiene pues tres niveles de sentido: primero Israel, como esposa del Señor y madre del Mesías; segundo la Iglesia, como nuevo Israel y testigo de Jesús; y tercero María, como madre de Jesús y de todos los hermanos y hermanas que perseveran en la fe. Siendo la madre de Jesús, la figura de María encarna pues tanto a Israel, la madre de la Antigua Alianza, como a la Iglesia, la madre de la Nueva Alianza. Cuando representamos a María vestida del sol, la luna bajo sus pies, y coronada de doce estrellas, estamos confesando la continuidad del plan de Dios, de Israel a la Iglesia, por medio de Cristo.
Juan Diego’s encounter with the Virgin of Guadalupe leaves us with the legacy of an image very similar to a vision found in the Book of Revelation, chapter twelve. It reads like this: “A great sign appeared in the sky, a woman clothed with the sun, with the moon under her feet, and on her head a crown of twelve stars” (Ap 12:1).
The vision makes us think right away of more than one image of the Virgin Mary. However, for christians of the first century, contemporary to St. John, the vision would make them think of the people of Israel. The prophets would convey the Covenant with God through the likeness of a wedding between the Lord and his people, portraying Israel as betrothed to YHWH. This amounts to presenting Israel as a woman, the people of God as a wife.
Furthermore, we know Jacob had twelve sons, which came to form the twelve tribes of Israel. This would explain the twelve stars that crown the woman in St. John’s vision. Verse two of Revelation twelve discloses that the woman was with child and about to give birth. Again, we think of Mary giving birth to Jesus, true, but beyond Mary, the text points to the fact that the Messiah to come and lead the Nations will be born out of Israel, a son to YHWH’s wife.
This verse has a dramatic ring to it, because Revelation shows a dragon set to devour the child upon birth. The newborn is saved by being brought up to God’s throne in heaven. This points toward the Resurrection of Christ, instead of his Incarnation. The birth and ascension aludes to Christ’s victory over death, instead of refering to the Nativity.
The dragon redirects its rage against the woman, pursuing her. She is given the wings of an eagle to flee to the desert, where she is protected and nourished. We are remembered of the protection and food provided to the people of Israel fleeing Egypt into the desert. Now, Revelation also mentions that the dragon moves to fight those who keep God’s commandments and bear witness to Jesus, the woman’s offspring. The Church is portrayed as the new Israel being persecuted by the Roman Empire and being protected by God. The twelve stars stand for the twelve apostles representing the twelve tribes of Israel.
The mysterious woman in Revelation 12 may thus have a threefold meaning: first, she is Israel, God’s spouse and mother to the Messiah; second, she is the Church, new Israel and witness to Jesus; third, she is Mary, mother of Jesus and of all his christian brothers and sisters who persevere in the faith. Because she is Jesus’ mother, Mary stands for Israel, mother of the first Covenant, as well as for the Church, mother of the New Covenant. When we portray Mary as clothed with the sun, the moon beneath her feet, crowned with twelve stars, we are actually confessing faith in God’s steadfast plan of salvation, from Israel to Church, through Christ.
Otra imagen de María que conocemos muy bien es la madre dolorosa al pie de la cruz. La escena representada por tantos artistas nos viene del Evangelio de Juan, capítulo 19. San Juan nos dice que María y el discípulo que Jesús amaba se acercaron al pie de la cruz. Jesús crucificado y próximo a morir encomienda su madre a su discípulo y su discípulo a su madre. Le dice a María: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y le dice a su discípulo: “Ahí tienes a tu madre”.
Podemos leer la escena a un nivel muy básico y pragmático, es decir que Jesús desea procurar protección a su madre cuando él ya no esté. Todos queremos proveer para nuestros seres queridos, sobre todo si dependen de nosotros. Jesús entrega su madre a su discípulo para que él la cuide en su lugar.
Sin embargo, a un nivel más profundo, ahora que comparten a la misma madre, Jesús y su discípulo se vuelven hermanos. Y si Jesús es Hijo de Dios, eso quiere decir que el discípulo amado se vuelve hijo de Dios también, como que nace de nuevo, de lo alto, lo que Jesús había sugerido a Nicodemo sin que éste entendiera cómo hacer, en Juan capítulo tres. A este nivel más profundo ya no es el discípulo que cuida a María sino María que acoge al discípulo como a su hijo y le ofrece su protección. Nosotros pues podemos entender lo que Nicodemo no pudo, es decir, sabemos ahora que para ver el reino de los cielos, tenemos que nacer de nuevo, de lo alto. Y para nacer de nuevo, de lo alto, tenemos no sólo que ser bautizados, sino que presentarnos al pie de la cruz y recibir de Jesús a María como a nuestra madre del cielo.
El evangelio nos dice que desde aquella hora, la hora en que Jesús entrega su vida por amor, el discípulo recibe a María como suya, la acepta como su madre. Dado que la figura del discípulo amado representa no sólo a un testigo ocular de Jesús de aquella época, sino que representa el modelo ideal de todo discípulo después, esto quiere decir que todos los lectores y lectoras del evangelio, todos los creyentes de ayer, de hoy y de mañana, estamos llamados a hacer lo que él hizo primero: recibir a María como nuestra madre.
Desde lo alto de la cruz, Jesús ha consagrado a María como la madre espiritual de todos sus discípulos. Ella nos abre las puertas del cielo para que sigamos a su hijo a donde va. María no sólo es madre de Jesús, figura de Israel y de la Iglesia. María es también nuestra madre, tal y como ella le dice a Juan Diego desde lo alto del Tepeyac: “¿No estoy aquí yo, que soy tu madre?”
Another well-known image of Mary is that of the sorrowful mother at the foot of the cross. Many artists have painted for us the scene, illustrating the Gospel of John, chapter 19. The evangelist narrates that both Jesus’ mother and his beloved disciple stood at the foot of the cross. Lifted up on the cross, Jesus entrusts his mother to his disciple and the latter to the former. Jesus says to Mary: “Woman, behold, your son” and to the disciple: “Behold, your mother.”
At first, one can read and understand this in a very sensible, pragmatic way, that is Jesus wants somebody he can trust to take care of his mother when he is no longer around to do so himself. We would all like to provide for our dear ones, especially if they depend on us. Jesus hands over his mother to his disciple so that the latter may take care of her in his stead.
However, in a deeper sense, Jesus and his disciple become brothers from the moment they share Mary as a mother. Furthermore, if Jesus is the Son of God, this means the beloved disciple also becomes like a son to God. It is as if he were born again, from above, just as Jesus had explained to Nicodemus in John chapter three, without Nicodemus really getting this. At this deeper level of meaning, it is no longer the disciple who takes care of Mary, rather it is Mary who welcomes the disciple as a new son and offers him her protection. We readers of the gospel are in a better position to understand what Nicodemus couldn’t, that is, we confess that in order to see the Reign of God, we need to be born again, from above. However, according to John, this is more than to be baptized a christian. We need to stand by Jesus at the foot of the cross and receive Mary from him as our heavenly mother.
The gospel concludes the episode by stating that from that hour – the hour in which Jesus gives up his life for us out of love – the disciple takes Mary into his home, accepting her as a mother. Since the character of the beloved disciple not only stands for an eyewitness of Jesus, but also represents the ideal model for all true disciples, this scene conveys that all readers of the gospel, all believers throughout time, are called to do what the beloved disciple did first: we are to welcome Mary as our mother.
Up from the cross, Jesus has consecrated Mary as the spiritual mother of all his disciples to come. She opens the doors of heaven for us to follow her son up where he is going. Mary is not only Jesus’ mother, a living image of Israel and of the Church. Mary is also our spiritual mother, just the way she tells Juan Diego from the heights of the Tepeyac: “¿Am I not here, your mother?”
En la escena del evangelio que acabamos de comentar, Jesús se dirige a su madre llamándola “mujer”. Le dice: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Es una manera un poco rara para un hijo de dirigirse a su madre, ¿no les parece? Por si fuera poco, la única otra vez que vemos a María en el evangelio de San Juan es en el capítulo dos, las bodas de Caná, y en ese episodio Jesús también se dirige a María llamándola “mujer”. Cuando María le hace saber a Jesús que ya no queda vino para la boda, Jesús le responde: “Mujer, ¿qué tiene que ver esto con nosotros? Todavía no ha llegado mi hora”.
Caná es el primer signo hecho por Jesús en el evangelio de Juan, la cruz es el último. En ambos aparece María. En el primero todavía no ha llegado la hora de Jesús, pero en el último ya llegó. Y en ambos casos, para Jesús María no parece ser madre sino “mujer”. Esto nos indica que San Juan evangelista no sólo considera a María como la madre de Jesús, la figura de Israel o de la Iglesia, o nuestra madre espiritual, sino que la ve representar junto con Jesús a la nueva humanidad. Si Jesús es el hombre nuevo, como Pilato lo designa durante su juicio, diciendo: “¡He aquí al hombre!” (Jn 19:5), María es la nueva mujer, que no sucumbe al pecado, y con quien Cristo puede contar para guiar a la nueva humanidad nacida al pie de la cruz.
San Juan precisa que en el lugar donde Jesús había sido crucificado había un huerto, un jardín (Jn 19:41). Dado que nuestros primeros padres, Adán y Eva, habían sido puestos a prueba en un jardín, el detalle que la cruz se encuentre en un jardín, y el otro detalle extraño que Jesús llame a su madre “mujer” como Adán llama a Eva en Génesis 2:24 sugiere pues que meditemos el misterio de la cruz a la luz del relato del Génesis y que veamos a María como a la nueva Eva. Para profundizar este último tema, esta última imagen de María como nueva Eva, nos remitiremos en unos minutos a la pericia del Pr. Todd Hanneken, quien nos compartirá su conocimiento al respecto.
In the Fourth Gospel’s episode of the crucifixion, Jesus addresses his mother by calling her ‘woman.’ He says: “Woman, behold, your son.” Strange way for a son to talk to his mother, don’t you think so? The one other time Mary is seen in the Gospel of John is in chapter two, attending the wedding at Cana. In this earlier episode, Jesus also calls his mother ‘woman.’ When Mary informs Jesus that wine ran short, Jesus replies: “Woman, what is that concern to you and to me? My hour has not yet come.”
Cana is Jesus’ first sign in the Gospel of John, the last sign is his being lifted up on the cross. Mary is present at the beginning and at the end of the gospel. At Cana, Jesus’ hour has not yet come, but at Calvary, the hour has arrived. In both situations, Jesus especifically addresses his mother as ‘woman.’ This reveals that for St. John the evangelist, Mary is not only the mother of Jesus, the living figure of Israel or of the Church, or even our spiritual mother, but that together with Jesus, she represents the new humanity to be. If Jesus is the new man, just as Pilate declares during his trial, saying: “Behold, the man!” (Jn 19:5), Mary is the new woman, who does not fall prey to sin, and whom Christ can count with to guide the new humanity born at the foot of the cross.
The evangelist discloses that in the place where Jesus had been crucified, there was a ‘garden’ (Jn 19:41). Since our foreparents, Adam and Eve, had been tested in a ‘garden’, that extra detail added to the story, alongside addressing Mary as ‘woman’ – just like Adam calls Eve in Genesis 2:24 – those details strongly suggest that, as readers of the gospel, we are to meditate the mystery of the cross in the light of the Genesis story, and that we should look up to Mary as the new Eve. In order to delve deeper into this last image of Mary as the new Eve, we are blessed to enjoy the expertise of Pr. Todd Hanneken, who will share with us the wealth of his knowledge regarding this, in a few minutes.
Entre tanto, para reflexionar e intercambiar juntos, les propongo dos temas:
Meanwhile, let me forward you two topics for reflection and discussion, considering the images we have just explored together: